lunes, 26 de julio de 2010

Anexo a de como construir una catedral gótica (en el aire)


NOTA:
Es muy importante, repito, muy importante a la hora de construir una catedral gótica en el aire, creer en un conjunto de gilipolleces que han nacido sin ningún tipo de asidero o justificación aparente, y que se esfumaran, como una humareda de estiercol, con tan sólo chasquear los dedos.

De como construir una catedral gótica (en el aire)


Para construir una catedral gótica en el aire se necesitan toneladas de ilusión y varias pizcas de inocencia. También carretillas de incoherencia, capachos de ingenuidad y una fuerza sobrehumana al desaliento, al tropezar de nuevo, al equivocarse, al errar por enésima vez como si fuera, apenas, la primera.
Para construir una catedral gótica en el aire se deben levantar, primero, las paredes, conformadas de sueños y ambiciones, y colocarlas levitando al menos a un palmo del suelo. Sobre las paredes se insertaran la vidrieras de la esperanza y arriba, las arquivoltas, las bóvedas del orgullo y la confianza. En el techo, la seguridad. Y toda la construcción flotará en el aire emitiendo un pequeño susurro como el de las hojas azotadas en el otoño de su caída.
Para construir una catedral gótica en el aire hay que asegurarse muy bien de colocar en todo lo alto sus pináculos pinchudos, precedidos de las gárgolas, porque es importante saber que caras se deben componer cuando la catedral se venga abajo. La nave puede asemejarse así a la de San Vito de Praga, por ejemplo, a la de San Esteban en Viena, y puede que tras su derrumbe recuerde a las ladrillosas ruinas de las demolidas cámaras de gas de Birkenau. Por qué no.
Porque una catedral gótica en el aire es de fácil asedio y derrumbe: tan sólo basta una llamada de teléfono, o que no se produzca, una espera demasiado dolorosa, unas excusas mal dadas, su gotita de egoísmo, para que las paredes se conviertan en barro, los ventanales en cera goteante, los pináculos en goterones de arena mojada y, sin estruendo, quede en el suelo un charco, el barrizal de la decepción donde sobrevive la gárgola de rostro burlón con su lengua de cemento y sus colmillos de piedra.
Pero la catedral gótica construida en el aire posee una cualidad que la asemeja al ave fénix: y es que tan pronto se ha venido abajo, su constructor ya planea erectarla de nuevo, renacida de sus cenizas, aferrada a nuevas y tan estúpidas creencias y excusas como las que la llevaron a elevarse por vez primera.
Y su nuevo derrumbe es tan sólo una cuestión, no ya de arquitectura, no de leyes y fluidos, es una cuestión de tiempo y traición.
Una cuestión tuya.

sábado, 24 de julio de 2010

Lloraba de los ojos (en San Mateo)


Cuando el Cid abandonó Castilla, camino del helado destierro, lloraba de los ojos. Cuando MacArthur perdió las Filipinas, henchido de impotencia, lloraba de los ojos. Cuando Napoleón capituló en Waterloo, el orgullo de rodillas en tierra, lloraba de los ojos.

Caminé como un autómata, bloqueada la capacidad de pensar, por la calle Hortaleza hasta abajo. Me detuve, como si me faltase la cuerda, con mis baterías agotadas, sin mirar atrás, frente a la calle San Mateo. Me fije detenidamente en la placa. “San Mateo”, me dije, “sí, San Mateo”, lo recordaré para siempre muy bien. Porque en San Mateo brotó mi tristeza, se atragantaron los pensamientos, se quebró la plétora del pecho y las oleadas desbordaron en gruesas lágrimas.

San Mateo sí, en San Mateo, en su esquina me apoyé y lloraba de los ojos, inconsolable, indefenso, como el Cid, porque “llorando de los ojos, con un dolor tan grande, así se separan como la uña de la carne”.

En San Mateo, lo recordaré bien. Si, allí fue. En San Mateo, nunca lo olvidaré.

Y por eso lo escribo ahora, he reunido un puñado de fuerzas, lo he rumiado como una bola amarga que me he tenido que tragar.

Ahora, que todavía no me fallan las lágrimas.

jueves, 22 de julio de 2010

Catedral de San José (II)


-¡Elija la vida, rechace la muerte!
-¡Silencio! ¡No hable en alto, este es un lugar de oración!
La mujer, de rostro asediado por la vejez y la piel de rones por el trabajo en el campo, no dejaba de gritarle al vigilante:
-¡Elija la vida, rechace la muerte!
El vigilante, con una placa de identificación en la que podía leerse "búho" y el pelo cortado a cepillo, reaccionó con brutalidad: un empujón desplazó a la mujer, que patinó por los escaques de la Catedral en un grotesco curling caribeño. Quedó frente a una imagen de San José y, a gritos, se dirigió a ella:
-Soy María Fernanda Valbuena, madre de tres hijas y natural de Cartago, y te pido que tengas compasión...
El vigilante la sujetó del brazo para despacharla de la Catedral. La gente miraba con asombro, indignación y compasión. Incluso un proyectucho de escritorzuelo tomaba notas mentales para reproducir miméticamente en su blog el suceso.
-¡Le he dicho que se calle!
La mujer, al sentir la presa metálica en su piel, se revolvió y le chilló al guardia:
-¡Elija la vida, no la muerte!
Pero él no tuvo necesidad de elegir. Un golpetazo en la cara sumió a María Fernanda, natural de Cartago, en la espiral de la vergüenza. Y fue, tal vez, como si todo el azúcar de las cúpulas se desmoronara sobre ella.
Y yo, pobre estúpido, tan sólo pude refugiarme del dolor punzante de aquella escena arrastrando mis pensamientos por las frescas losetas de la Catedral y pensando, una vez más, en ti, enmarañada en las redes de Internet.

domingo, 18 de julio de 2010

Un Ejercicio


Subieron la colina de la mano, vislumbrando las torrecillas de la residencia donde ya habitaba su último verano.
-Te has dejado la luz de la biblioteca encendida- dijo ella soltándole la mano con desagrado.
"Siempre esa maldita biblioteca", pensó él, esa biblioteca que tanto se interponía entre ellos, esa biblioteca en donde ella calcinaba las horas en estudio, pergeñando sus abstrusas novelas, como si de una moderna Jane Austen se tratara. Y esa manía, siempre al salir de casa, tenía que ser él quién apagara todas las luces y ensombrecer las habitaciones y atrancar las puertas, porque a ella le angustiaba que, durante la ausencia, alguien pudiera entrar y apoderarse de sus libros, de sus novelas, de sus borradores, de la biblioteca.
Sin embargo, estaba convencido de que había apagado todas las luces... ese resplandor en la biblioteca no era una luz encendida...
Cuando iba a pronunciar una excusa para aplacar la ya conocida (conocida por desaforada) ira de la escritora, un estallido desventró la ventana de la biblioteca y, por ella, los tentáculos del fuego iluminaron las torrecillas de la residencia donde, ahora ya poseía él la certeza, boqueaba su último verano.
A su lado, ella, con el rostro tiznado del resplandor naranja, contemplaba como se consumían sus sueños, sus libros, su, hasta el momento, impostado amor.
-Ya no me cogerá la mano nunca más... -murmuró él.
Y la columnata negra, Bernini alimentado por frases y palabras en combustión, alcanzó los cielos, tocó los cielos, para desaparecer entre las nubes dejando el rastro de carbón del parpadeo de un tizón.

Catedral de San José (I)


Una puñalada de nieve en el pecho que te abrasa al respirar. Un inmenso terrón de azúcar que empalaga sobre tu cabeza. La duda del silencio en los oídos y la certeza de las pisadas aferradas en el eco... en la catedral mientras busco, busco tras los cirios resinosos, busco en los perfiles de cada sombra, busco entre el mutismo maldito de las estatuas.
Busco, no sé que quizás te encuentres, esperándome ahora, entrelazada en las líneas de Internet.

sábado, 17 de julio de 2010

Teatro Nacional de San José


Afuera, acaso, caía toda la lluvia del mundo. Adentro, el croar de la madera interpretaba sinfonías compuestas por dudosa mano. Los crujidos del teatro se acoplaban a las notas desgajadas de violines temblorosos, interpretados "con fuoco".
En los palcos eclipsados se intuían las figuras recortadas de panamá y habano, venidas de antaño, con retrogusto de rones.
Las fusas y semifusas intentaron acallar por un instante los quejidos de la madera cuando descubrí que eran los lamentos de otro siglo, tal vez de otra época, época de cafetales y hastío en la que el Teatro Nacional quería reencarnarse.