lunes, 25 de noviembre de 2013

Y yo no te conocía

En Sofía, cuando yo aún no te conocía. Sentado en un banco, frente al monumento del Ejército Rojo, pensaba que ella aparecería por una de las avenidas, entre los tristes árboles del comunismo. Los tranvías y sus cosechadoras metálicas por en medio de las calles cirílicas y las placas con los nombres purgados en dictaduras campesinas. Esperaba que fuera corpórea en el museo de Ciencias Naturales, entre las vitrinas de pedruscos, de meteoritos caídos y recolectados en Astrakán, en Siberia, como el misterio del bólido de Tunguska. Aguardaba, la aguardaba, y entonces, yo no te conocía.

En Varsovia, cuando yo no te conocía, en mi imbecilidad seguía ansioso, creyendo que ella o tal vez la otra ella, o ella, aparecerían tras el monumento a Solidaridad, sorprendiéndome bajo la columna de Segismundo. Y buscaba el bar del video clip de Paul Weller, y me subía y me bajaba de los troles angustiados de Jaruzelski, el adoquinado gélido en la calle de Gagarin y una cerveza y una botella de vodka estatal y aún, aún no, yo no te conocía.

En Londres, bajo la llovizna del desengaño, cuando ni ella, ni otra ella, ni ella tampoco, se aparecieron en Bond Street, ni frente a la tienda de Davidoff, cuando ya fui consciente de que mi corazón había sido devorado por ellas, arrojado entre los ojos inexpresivos y los rostros relucientes de muerte de las figuritas de Madame Tussaud, un corazón oscuro de cuervo isabelino.

Y, por entonces, yo aún no te conocía.

Y no, yo aún no te conocía.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Bloom



“Bloom predica una religión laica letal: las personas capaces de llevar una vida sublimada, leyendo sus autores favoritos, están justificadas por su buen gusto, por poseer la sesibilidad apropiada. Esta irresponsabilidad social sólo es concebible en un crítico que ha pasado su vida en la Universidad de Yale, alejado del mundanal ruido (…) en ese rincón privilegiado del mundo es posible vivir, o aprender a vivir, ensimismado, y si se protesta la coreografía resulta demasiado falsa”.

Germán Gullón.         
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 163.

tequilazos



agosté la escasa
poesía
tatuada en mis bolsillos
bebiendo de las fuentes de
lodo
y
ágave

metástasis de literatura

sobre la mesilla un libro de
bukowski
afirma que la vida es una
mierda
pero merece la pena
con vino de centavos y
guisotes de morcillo

en mis venas como
tuberías
todos los poemas
atascados
en versos al fondo del pozo
negro

y entonces
el invierno se hizo un
johnny cash
que me ardía en la garganta

y mi vida
tequilazos

pasta de papel

Hugo Claus: literatura e Historia



“El “modernista”, revolucionario, contemplador del pasado, se vuelve de hecho continuamente hacia él. Destaquemos sin embargo que no lo restituye a la manera de los historiadores (…) Conocer la historia, cabe objetar, siempre significa crearla (…) Evocar el pasado, por oposición a un presente movedizo y a un porvenir incierto, no significa aferrarse a algo fijo e inmutable –puesto que la idea que del pasado se hace de Claus puede cambiar de un momento a otro-, pero de todos modos definible, menos escurridizo y pérfido que el enigma que estamos vivendo o que viviremos en el futuro (…) La historia ofrece un punto de apoyo y de comparación que, por muy inestable y precario que sea, permite comprender mejor el presente, verlo en perspectiva (…) La historia se repite, dicen. Tras la línea recta que conduce del nacimiento a la muerte, más allá de la cronología que, al desgranar los años, los días y las horas, nos va aproximando inexorablemente a la nada, se vislumbra entonces el círculo del eterno retorno”.

Jean Weisberger.      
Nota final a la novela de Hugo Claus El asombro.
Anagrama, Barcelona, 1995,
Traducción de Malou Van Wijk
pp. 289-296.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Literatura y Evangelios



“Lo malo es cuando pretenden que la literatura sea solamente los textos sublimadores de la existencia humana, que hablan de lo que no existe, del ideal, porque detrás de cada realidad late en esbozo un trasfondo impalpable, ésta es la sombra que una estrecha concepción romántica de la literatura proyecta sobre las obras, que olvida la cara viva, todo lo que hay ahí, visible con el mero mirar por la ventana, y contemplar el sol, las nubes, la gente que pasa, vestida con modas variadas, cada uno con su preocupación y con sus esperanzas. Demasiados prefieren que la literatura exalte lo impalpable, apartada de la realidad social. Y han encontrado unos evangelios, El canon occidental, y a Harold Bloom, de la Universidad de Yale”.

Germán Gullón.         
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 162-163.